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Cada año celebramos el día de Santa María de la Claraesperanza el Sábado Santo. Esta advociación nació por iniciativa del sacerdote barcelonés Alfredo Rubio de Castarlenas. El sábado santo es el día posterior a la muerte en cruz de Jesús, el día después, el mañana incierto… Los discípulos están escondidos temerosos de seguir la misma suerte de su amigo. María, la madre de Jesús, mantiene una clara esperanza en que el Reino de Amor que anunciaba su hijo no quedaría colgado en una cruz.

Es así como María de la Claraesperanza nos convoca cada sábado santo a estar junto con ella, expectantes y esperanzados ante la resurrección de Jesús. La esperanza no es para nada pasiva. Al contrario, tiene mucho de activa. Quien espera mira, contempla, aguarda vigilante, lee los signos del Reino en la vida cotidiana. En su corazón sabe que algo está por suceder. Este mantenerse en la esperanza no es lo mismo que mantenerse a la espera. La espera es más bien pasiva.

Esperar es recibir, aguardar a que algo externo suceda. Esperanzarse implica toda una dinámica interna de preparación para que algo suceda, pero ese algo pide de mí. Pide una implicación y trae consigo una revolución, un cambio.

Cuando aquello en lo que estás esperanzado aparece en el horizonte, una alegría interior te hace decir que es eso en lo que tenías puesta tu esperanza. Hay una sintonía.

Cada sábado santo es ocasión para encomendar a Santa María nuestras esperanzas, aquello que se está incubando en nuestro corazón y que tiene que ver con el Reino de Dios. También para darle gracias por aquellas esperanzas que durante el año anterior fueron cobrando cuerpo y dieron frutos buenos para todas y para todos.

Texto: Javier Bustamante


 

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