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Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu Santo y los evangelios nos narran como “regresó con la fuerza del Espíritu y fue a Galilea” e iba enseñando en las sinagogas. Cuando entró en la sinagoga de Natzareth, donde había crecido, le dieron a leer el rollo del profeta Isaías. Él encuentra el punto donde dice: “El Espíritu del Señor descansa sobre mí; por eso me ungió para que diera la buena nueva a los pobres; he sido enviado a proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista; a poner a los oprimidos en libertad”.

A partir de aquí se hace explícito un binomio indisociable que es Jesús y el Espíritu Santo. Y con esta profecía de Isaías Jesús dibuja lo que será su dedicación: anunciar la buena noticia a los pobres, hacer saber a los cautivos que son libres y hacer ver la realidad a aquellos que quieran verla.

Sobre todo insiste en la libertad. A los cautivos les proclama la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista. ¿Qué tiene que ver la libertad con la vista? ¿O la ceguera con el cautiverio? ¡Pensémoslo! Cuando no podemos o no queremos ver algo, nos encontramos prisioneros de una situación. Cuando abrimos los ojos a la verdad o aceptamos las cosas como son, entonces nos encontramos en condiciones para decidir qué hacer: somos libres. Se trata de ver con los ojos del corazón.

Jesús nos quiere libres. Nos quiere con los ojos abiertos, con las orejas atentas, con el corazón velando para estar dispuestos a captar las señales del Reino. Jesús nos quiere libres para amar

Usualmente asociamos la cuaresma a un tiempo de arrepentimiento, de conversión, de preparación para la semana santa. Y es correcto, a nivel catequético es un tiempo idóneo para revisar nuestras vidas, para saber en qué lugar de nuestra fe estamos y qué relación tenemos con Dios y con nuestros prójimos.

No obstante, también tendríamos que vivir el tiempo de cuaresma como un tiempo privilegiado para ser más sensibles a la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Un tiempo de descentramiento de nosotros mismos, de contemplar la creación y ser conscientes de nuestra fragilidad y de cómo Dios nos sostiene.

Al final de la cuaresma, de este tiempo simbólico de retiro, es cuando Jesús es tentado y supera la prueba. Dichas tentaciones podrían resumirse en el riesgo de caer en la incoherencia de no ser quien uno es, de perder de vista la realidad. Si vivimos con la presencia del Espíritu Santo, este nos hace tocar el suelo, nos hace ser humildes.

Así como Pentecostés es un tiempo en que el Espíritu Santo nos empuja a proclamar el Amor de Dios, la Cuaresma es un tiempo en que el Espíritu Santo nos acompaña a adentrarnos en nosotros mismos para descubrir la libertad de los Hijos de Dios.

Audio: La cuaresma, tiempo de Espíritu Santo

Texto: Javier Bustamante

 


 

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