Ubiquémonos en el primer libro de la Biblia, el Génesis, donde dice: “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación”.

El séptimo día es el que los cristianos consagramos a Dios. Es un día en que, si podemos descansamos, a imagen y semejanza de Dios. Lo dedicamos a la familia, a pasear, a contemplar que, todo lo que tenemos y podemos hacer, es bueno gracias a Dios.

Pero el séptimo día también es el de la libertad. Dios descansa en nosotros: en los seres humanos y en el resto de la creación. Él hizo “su parte del trabajo” y el resto lo deja a nuestra libertad, para que lo disfrutemos, lo contemplemos, pero también para que lo gestionemos de la mejor manera. Para que continuemos nosotros el proceso de la creación.

Mucho se juzga a Dios, si es que se le puede juzgar, de que no hace nada ante los “males” del mundo, ante las injusticias. Dios creó desde la libertad y para la libertad, por tal motivo, si ha puesto lo creado en manos de los creados, no puede interferir en la manera de hacer de quienes gestionamos o mal-gestionamos esta herencia.

En ese simbólico séptimo día de la creación, Dios se aparta, se va de descanso, para que las creaturas podamos ser de acuerdo con nuestra naturaleza. No es un Dios que maneja piezas de ajedrez, ni al cual se le hayan de ofrecer sacrificios para halagarlo o para aplacar su ira. Dios es magnánimo, sobretodo, en la cesión de aquello que creó.

En la medida en que sintonizamos con Dios, podemos también nosotros vivir instalados en ese séptimo día. Es el día, precisamente, en que Jesús resucita. La creación alcanza su esplendor. Todo el itinerario vital de Jesús es un camino en libertad. La libertad es el ámbito por excelencia donde nos encontramos con Dios.

Descansemos con Dios contemplando que todo es hermoso y que nosotros también lo somos. Esto ayudará a ir disolviendo esa violencia que a veces acumulamos en nuestro interior y acaba proyectándose en lo que nos rodea.

Si hay algo que nos hace conscientes de que somos iguales, es la práctica de la libertad. Pongamos nuestro corazón de fiesta, todos los días son días de Dios.

Audio: Todos los días son de Dios

Texto: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

 


 

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