El fragmento en el que Nuestro Señor nos revela la oración del Padre Nuestro es una de las rocas gigantes de los Evangelios. Casi no hay Padre de la Iglesia o tratadista espiritual que no haya escrito un comentario a esta oración. Pongo por ejemplo a san Agustín o a santa Teresa de Jesús.

10 afirmaciones

Jesucristo predicó la llegada del Reinado de Dios. En el Padre Nuestro nos enseñó diez afirmaciones que, siendo diversas en su exposición, sin embargo, en el fondo contienen el mismo deseo: que venga su Reino. Veámoslas.

“Padre” y “nuestro”: si los seres humanos, unidos, llamamos a Dios “Padre”, ¿acaso no es esto un trozo de cielo? Si su nombre es santificado, ¿no empieza el cielo en la tierra? Si se hace su Voluntad aquí en la tierra, viviríamos ciertamente “como en el cielo”. Si nos da cotidianamente su Pan, es también que el cielo ha venido a la tierra. Si nosotros nos perdonamos mutuamente y Dios nos concede su perdón; si no permite que caigamos en tentación; y, en fin, si nos libra de todo mal, ¿acaso estos dones no son también frutos de su Reino? Incluso, poseer pacíficamente la fe, el convencimiento de que todo lo anterior es “amén”-es decir, “así sea”, “así es”- tener esa fe, digo, es también un trozo de cielo.

Culmen de la oración

El Padre Nuestro es el culmen de toda oración. En él está incluida toda alabanza, acción de gracias y petición que pueda hacerse. No hay nada que pueda pedirse que no esté de alguna manera contenido en la oración dominical.

San Agustín nos lo explica, por ejemplo, con respecto a los salmos. “Señor, te estoy llamando, ven deprisa, escucha mi voz cuando te llamo…, a voz en grito clamo al Señor…, el Señor ama a su pueblo, etc…”, son expresiones que están contenidas en la invocación “Padre”. “Dios mío, roca mía… mi refugio y fortaleza…, no me dejes indefenso, líbrame de la trampa de los malhechores”, todo esto se dice también al pedir “líbranos del mal”. “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, sino que su gozo es la ley del Señor”, es lo mismo que “hágase tu voluntad”. “Voy a proclamar el decreto del Señor,  aclama al Señor tierra entera,..” es sinónimo de “santificado sea tu nombre”. “El Señor me sostiene,…levántame Señor,…”, es similar a “no nos dejes caer en la tentación”. “Me saciaré como de enjundia y de manteca,…él da alimento a sus fieles…, a sus pobres los saciaré de pan” es pedir “nuestro pan de cada día”. El “eterna es su misericordia”, tan repetido en los salmos, y “no tuviste en cuenta mi pecado,..”, es igual a “perdona nuestras ofensas”. “Portones, alzad los dinteles, va a entrar el rey de la Gloria!…”, es como decir que “viene a nosotros su Reino”. Y así tantas otras expresiones que sería casi inacabable consignar. No hay oración que no esté incluida en esta plegaria del propio Jesús.

Orar en Cristo

Hemos de orar a nuestro Padre con espontaneidad y con confianza. Pero ello no quiere decir que sea “por nuestra cuenta”, individualistamente, apartados de Cristo. Toda oración ha de ser en, por y con Cristo. Sólo la oración de Cristo es agradable al Padre. La nuestra, aislada, no sería nada. Jesucristo, en su oración al Padre, ya ha pedido todo cuanto se puede pedir. No hay intención en el mundo ni en la historia, por mínima o íntima que sea, que Él no haya hecho suya; no hay alabanza al Padre que Él no haya tributado ya. Hasta aquello que nos parece más particular y más nuestro, todo lo ha recogido ya el Señor en su oración infinita. ¿Para qué, entonces, orar nosotros? Es que Dios Padre se complace en que la oración de su Hijo eterno tenga eco, que se repita y se multiplique hasta el fin de los tiempos, al sumarnos nosotros a ella. Es como un documento que, firmado ya por la persona principal, luego se van añadiendo firmas hasta formar multitud. Jesús nos enseña a rezar porque nosotros no sabemos lo que tenemos que pedir. ¡Es un honor que Cristo nos invite a añadirnos a su propia oración!


Abba, “papá”

Los biblistas nos dicen que el término “abba” quiere decir “padre bueno”, es decir, “papá”, pero en latín fue traducido por “pater” al no poseer dicha lengua un vocablo que exprese la intimidad paterno-filial. “Abba” es una palabra de dos sílabas, en la que se repite la misma vocal “a”, la más fácil de pronunciar por un bebé; es similar en las lenguas actuales: papá, mamá, tata, yaya, mother, father, mamma, etc. Si alguien afirma “este hombre es mi padre”, hace únicamente una constatación, pero no se sabrá si es padre bueno o no, si se lleva bien con él o no. En cambio, el término “papá” indica inequívocamente una relación cordial.

Cristo desea que nosotros nos abandonemos en su Padre como lo hace Él, unidos a Él; es decir, llamándole también “abba”, papá.

Conciencia personal

Os recomiendo que desgranéis pausadamente el Padre Nuestro en soledad y silencio, “en vuestra habitación y cerrada la puerta”, como pide Cristo. La oración a solas y sin ser interrumpidos desarrolla la conciencia y la responsabilidad personales, algo muy necesario al laico cristiano de hoy.

María, con su maternidad sobre nosotros, es la mejor intercesora para que vivamos la íntima filiación con “Abba”.

Homília de P. Juan Miguel González Feria

Padre nuestro,
que estás en el cielo
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu voluntad  en la tierra como en el cielo.
Danos hoy  nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación.
Y líbranos del mal.
Amén.

Muchos autores han comentado y profundizado el  Padre Nuestro, la oración que Jesús enseñó a sus discípulos cuando le pedían una plegaria como la que Juan enseñó a los suyos. El P. Alfredo Rubio, promotor de esta hoja mariana, redactó sobre el Padre Nuestro hermosas glosas, llenas de poesía y de profunda espiritualidad, escritas a la luz del acontecimiento pascual, aptas para ser desgranadas en la soledad y el silencio, como la que publicamos a continuación:

Papá,
que estás aquí conmigo
¡Cuánto te amo!
Qué alegría ser tu hijo bien amado
y querer tener los dos una sola voluntad.
Descanso en tu providencia,
me has reclinado en tu Banquete.
Perdoné y me has hecho inmaculado.
Sintiéndote, no tengo tentación.
Viéndome en ti, y gozándome de ello, estoy libre de todo mal.
¡Paz y Fiesta!