Tres amigos míos han muerto en Camerún, África, en un accidente de coche. Masayo, un sacerdote negro de 28 años, Javier, un joven blanco misionero de 33 años acabados de cumplir, y Maurice, un adolescente camerunés, que se preparaba para ser sacerdote.

Para nosotros, sus amigos, ha sido un gran impacto. Más fuerte que el golpe atroz que ha segado sus vidas en la carretera de la selva. La madre del español preguntaba: «¿Por qué?» Parece muy inexplicable la muerte, sobre todo de un ser tan querido como es un hijo para su madre.

Desde luego, Dios nos da la vida cuando nuestros padres nos engendran. Y a lo largo de nuestra vida, cada uno de nosotros vamos haciendo todo aquello que nos parece: vamos por aquí, por allá…, hacemos lo mejor que podemos nuestro papel… ¡Y qué hermoso es cuando sintonizamos con la voluntad de Dios! Hasta que al final Dios toma el timón de nuestra vida.

Recuerdo aquellas famosas estampas en las que se ve un joven con el timón de un barco en sus manos, como dirigiendo una nave. Pero detrás suyo, aparece una figura mayor, difuminada, que es la imagen de un Jesús que, también, con sus recias manos ayuda al joven a llevar el rumbo correcto. Pienso que, al final, Jesús toma el timón de nuestra vida y nos encamina entonces, seguro, a buen puerto.

Amigos Masayo, Javier y  Maurice, ¡cuánto os hemos querido en vida! Ahora, ¡qué cerca estáis de Dios!

Con ilusión queríais construir un mundo nuevo para todas aquellas gentes de África. Ahora sois una buena semilla que germinará, seguro, con abundancia en tierras tan queridas.

Por Josep Lluís Socías Bruguera