En la última página de un diario chino en lengua inglesa apareció en un rincón en la parte inferior derecha esta pequeña noticia.

CHINA DAILY, 22 de mayo de 2008, jueves
Periódico nacional en lengua inglesa

Dos pilotos aterrizan con un ala y una oración

Nueva Zelanda. Dos pilotos de Nueva Zelanda cuyo avión se quedó sin combustible, aterrizó con un ala y una oración, literalmente, según un reportaje de los medios locales de ayer.

Grant Stubbs y Owen Wilson, de Blenheim, estaban volando en un ultraligero por la parte superior de South Island, aproximadamente a 50 km al sur de Wellington, cuando el aparato se quedó sin combustible.

“Cuando vuelas en un ultraligero, si te estrellas normalmente te mueres. Me volví hacia OB (Wilson) y él dijo que no había combustible,” explicó Stubbs al Diario Marlborough Express.

“Pregunté que qué deberíamos hacer. Él djo: ‘Nada más reza, Grant.’” Stubbs dijo que pidió a Dios que los sacara de encima de aquel cerro y, finalmente aterrizaron en un pequeño campo de hierba, justo al lado de un cartel de seis metros de altura que decía:

‘Jesús es el Señor.
La Biblia’

Después de leer este artículo uno puede pensar que los pilotos se salvaron porque casualmente apareció ese campo de hierba que ya estaba allí desde hacía años, o quizás siglos. ¿Fue un campo puesto por la mano de Dios en ese preciso instante para que aterrizaran mullidamente o una simple casualidad? También sucede que, después de un diagnóstico de una enfermedad mortal, repentinamente los análisis revelan que no existe ningún vestigio de dicha enfermedad. Quizás el médico que hizo el primer diagnóstico se equivocó. Otra casualidad. En el momento en el que tenemos estos pensamientos que relacionan los hechos con la casualidad, el peligro ya ha pasado. Buscamos una explicación racional. Instantes antes pedíamos y suplicábamos a Dios que nos ayudara, pero cuando nos ayuda, en seguida intentamos buscar una explicación racional que nos permita asimilar el ‘milagro’.

Pensaba en este hecho después de vivir en mi propia piel un pequeño milagro. Mientras pedía y suplicaba al Padre que me ayudara, le hacía difíciles promesas, le ‘compraba’ el milagro a un precio elevado. Entraba en una dinámica de regateo que imagino que Dios contemplaba entre divertido y resignado. En una hora exacta me concedió lo que le pedía, aunque yo no lo supe hasta media hora más tarde. En un primer momento le agradecí emocionada su ayuda, pero al día siguiente empecé a utilizar la razón para buscar posibles motivos que justificasen la solución de aquel grave problema. Y los encontré, claro. La razón es seductora y poderosa, y siempre barre para casa. Sin embargo, cumplí lo prometido al Padre, por si acaso. ¡Qué mezquindad!

Ahora ya ha pasado más de un mes desde ese hecho y puedo verlo desde otra óptica. Al fin me doy cuenta de que Dios nos respeta tanto que cuando escucha nuestras oraciones y nos ayuda con un milagro, siempre deja una puerta abierta a la duda para que la resolvamos con un instrumento que Él nos ha regalado, la fe. Si los milagros fueran tan evidentes, ya no serían obra suya. Él siempre deja un lugar a la duda, porque nos respeta. Así, al mismo tiempo que nos ayuda en lo cotidiano, aumenta nuestra fe. Ese es el mayor milagro, que nuestra fe crece. La generosidad del Padre es tan grande que no sólo nos otorga lo que le pedimos, sino que lo sobrepasa y nos da mucho más. Como en la historia del paralítico, primero Jesús le perdona los pecados, después lo sana. Él sabe lo que es más necesario para nosotros. Nos lo da y aún podemos recoger doce tinajas llenas. No se limita a darnos sólo lo que pedimos.

Todos estos milagros llevan su firma: el respeto. En el caso del artículo que leíamos al principio, la firma no necesita comentarios. Es demasiado evidente. Casi podemos decir que hay cierta dosis de sentido del humor ultraterreno, una confirmación de la fe de los pilotos. ¿Qué hacía un cartel con esa inscripción en medio de un campo de hierba?

Después de un mes de mi milagro personal, ya he incumplido varias veces lo que prometí en aquel momento de apuro. Ahora Él respira aliviado, pues de nuevo soy pobre, ya no puedo decir que le he ‘pagado’ su ayuda. Y siendo pobre podré abrirme a nuevos milagros, firmados con su generosidad.

Por Mónica Moyano