Todos los humanos tenemos unas virtudes y también unas limitaciones. Bueno es que potenciemos las cualidades y que corrijamos los defectos.

Sucede que hay personas que tiene  gran cantidad de virtudes que van desarrollando a lo largo de toda la vida, pero que, sin embargo, por un solo defecto, podrían perder todo lo positivo que han acumulado al practicar sus cualidades.

Es como si a un depósito –lleno de virtudes- le quitásemos el tapón y –como un líquido- se vaciase totalmente.

Se trata de no caer en la tentación de hablar mal de la gente.

Así podríamos decir que: nunca hemos de hablar mal de nadie, sobre nada, en ningún momento.

Y esto es por dos razones: la primera es que si yo quiero ser servidor de la Buena Nueva no tengo por qué comunicar ninguna noticia negativa.

Y otra razón es que para corregir un defecto, además de no ejercitarlo, hay que ir a lo opuesto diametralmente: así, descubro que lo que tengo que hacer es hablar siempre bien de todas las personas, de todos sus aspectos (de los que se pueda hablar bien).

Así me esforzaré en encontrar el lado bueno de las personas. Y esto me ayudará a difundir –con prudencia- lo bueno de los demás.

No cabe duda que si así lo hacemos nos convertiremos en evangelizadores de lo bueno del prójimo, que es obra de Dios. Si ensalzo a la gente en lo bueno, crecerá en ella la bondad.

Hemos de ver a los demás con los ojos bondadosos de Dios Padre. Lo malo ¡ya se sabe!, pero, aunque sea verdad, no hace falta difundirlo.

No hablemos nunca, de nada, mal de nadie; al contrario, hablemos siempre bien de todo lo bueno que tienen todas las personas.

Por José Luis Socias Bruguera
Buenos días nos dé Dios
Editorial Edimurtra, 1991