No hace mucho tiempo apareció en los periódicos una noticia entrañable que llenó de alegría a muchos: dos localidades se hermanaban. Una, en Cáceres (España): Belvís de Monroy. Otra, en México: Huejotzingo.

elmandamientonuevoDe Belvís salieron hace quinientos años, doce franciscanos que más tarde serían conocidos como «los doce apóstoles de México». En Huejotzingo fundaron una pequeña comunidad, desde la que comenzaron la evangelización de aquella zona.

Es hermoso este ejemplo de libertad de estas dos localidades, más allá de posibles disensiones sobre el modo de conmemorar el Vº Centenario del encuentro de dos mundos. Ambas poblaciones se alegran de sus comunes lazos y se hermanan. Tienen ya proyectos de intercambios estudiantiles, ayuda mutua en la construcción de albergues para turistas y grupos de estudio, y un largo etcétera.

Esta noticia me hizo pensar en el Mandamiento Nuevo de Jesús: «Ámense los unos a los otros». Con frecuencia uno entiende estas palabras de Jesús como amarse uno a otro, es decir, de individuo a individuo. Pero seguro que este mandato también tiene una dimensión social. Amar y servir, de grupo a grupo.

De poco nos serviría tratar con afecto a los demás de uno en uno, si nuestra familia tuviera rivalidades y rencillas con otras familias. Qué necesario es que los grupos humanos también se amen en cuanto tales. Que sean solidarios, que busquen su mutuo bien. Por ejemplo: las asociaciones de vecinos. Y los clubes deportivos. Y las comunidades religiosas, las diócesis. ¡Y las ciudades! Promover el bien de otros grupos es garantía de que promovemos el verdadero bien del nuestro. Sino, sería una auténtica carrera de obstáculos en que sólo nos interesaría ganar. ¡Qué vuelco si las clases sociales se amaran unas a otras! como Jesús nos ha amado. Así se borraría al fin, sus fronteras.

Promover esta dimensión social del amor y del servicio será un gran enriquecimiento en la vida de todos. Será también un gran servicio a la paz.

Por Leticia Soberón
(México)