En el campanario del antiguo monasterio de la Murtra, hemos colocado una campana que ha sido bendecida con el nombre de «Claraesperanza». Cada mañana al amanecer, saluda con su nítida voz el nuevo día. A las doce, cuando el sol está en lo más alto de su carrera, invita al rezo del Ángelus. Y en el declive de la jornada, su son convoca al sosiego y al reposo del atardecer.
Clara_esperanza
En el bronce de la campana hay grabada una imagen de Nuestra Señora de la Claraesperanza. Y una inscripción: «Vayamos a Jesús, invocando a María».

Muchas campanas en toda América, están dedicadas asimismo a la Virgen o a los santos. Al amparo de ellas, hay comunidades humanas que trabajan, que sufren, que gozan, que rezan,… Las campanas, en lo alto de los campanarios, son como su voz viva y mensajera. Tocan a misa, repican festivas en los bautizos y en las solemnidades, doblan plañideras para despedir a los muertos. Avisan de los peligros, lloran por la guerra, invocan la paz. En algunos lugares incluso, se han realizado, en ocasiones extraordinarias, conciertos con los repiques conjuntos de distintas campanas de iglesias y conventos cercanos. El resultado suele ser emocionante.

La campana de la Claraesperanza deja oír sus ecos en el Valle llamado de Belén. Pero quisiera unir su voz al coro de todas las campanas de América. Ojalá, alguna vez, muchos bronces al unísono, invocasen a María en el misterio de su Claraesperanza. Sería el signo cierto de que esa virtud sobrenatural inundaría los corazones de los que las hacen sonar, clamando por la paz.

Por Jaume Aymar (Barcelona)