Una característica de la riada del mundo, en contraste con el reino de Dios, es la prisa. Todos estamos salpicados por este fango: “no tengo tiempo, no me queda tiempo…”. No tenemos sosiego. Nos salpica el fango del aturdimiento de la prisa. Pero tenemos la sociedad organizada de esta manera, con unos planes de estudio que no dejan tiempo para nada. En verano, hay que aprender inglés, hacer deporte… Los chicos terminan a los 25 años poco menos que alelados. Y no es fácil que una familia pueda decir: “vamos a hacer un plan diferente”.
foto_Laprisa
Estamos sumergidos en una riada que nos lleva un poco a la fuerza. Nos inventamos muchísimos quehaceres. Nos falta tiempo y, además –tremenda paradoja-, perdemos el tiempo. Precisamente porque no hay un poco de sosiego, porque no hay tiempo de oración, cuando uno se encuentra con un amigo, habla de tonterías, del tiempo, de frivolidades… Y no sólo con un amigo, sino que también en familia, para no quedarse callado, se habla de cualquier cosa.

Nos falta tiempo. Sin embargo, lo perdemos y nos lo hacemos perder unos a otros con preguntas inútiles, enterándonos de las cosas que no debemos y, para colmo, los medios de comunicación han trasmitido la idea de que el que no esté enterado de todo está perdido en la vida.

Un cristiano tiene que estar instalado en Dios, en la eternidad. Instalado en el que permanece siempre. Es interesante estar al día en las cosas oportunas, claro está. Pero si vivo el mundo contemplándolo desde Cristo, veo el mundo desde Él y Cristo no tiene prisa.

Por Juan Miguel González Feria