[audio:https://hoja.claraesperanza.net/audio/tiempo_de_podar.mp3|titles=Tiempo de podar]Audio: Tiempo de podar

Me gusta ver los rosales floridos. De hecho, me gustan los rosales: son sobrios y sólidos en su belleza. Me gusta que tengan espinas y flores, porque me parecen buen reflejo de esta combinación que somos las personas y, en definitiva, la vida misma. Plenos de una belleza que no excluye dificultades de carácter, de circunstancias, de entornos… Es una belleza creíble, más empapada de realidad que de fantasía.

Pero es que, también, me gustan los rosales acabados de podar. Me dan la impresión de ser una silenciosa invitación a la primavera. Es como si le estuvieran diciendo: ya estamos a punto, nos hemos preparado para que puedas venir…

En medio del frío del invierno, hace falta tomar las tijeras y acercarse. De entrada da un poco de reparo, parece que les puedas hacer daño; pero año tras año constatas que en el momento oportuno, cortar es lo que después permite crecer y florecer.

Siempre hay alguna rama borde; dicen que las que tienen más de siete hojas lo son. Estas no darán flor y, en cambio, se llevarán parte de la savia que corre por la planta. Hay que quitar las ramas y ramillas bordes para dar posibilidad a que otras reciban todo el alimento. Igualmente, hay que ir podando todo lo que ha quedado seco. Y, sobre todo, hay que afinar la vista para encontrar las yemas, prenda de incipientes brotes nuevos que apuntan la vida. Hará falta cortar por encima de estas pequeñas chispas para así dejarlas que comiencen a crecer, acariciadas por el sol que introduce la primavera.

Ya lo decía al comienzo, no es tan diferente de las personas. Cuando es el momento propicio, hay que dedicar un tiempo a identificar las ramas secas de nuestra vida, aquello que ha muerto y que estorba a lo que pide nacer. No es bueno quedarse añorando lo que fue y nos quita fuerzas para lo que puede ser ahora. Cada cosa tiene su tiempo y, una vez ha pasado, hay que desprenderse de ella. Relaciones, costumbres, hábitos, prácticas… todo ha de tener aliento; cuando ha muerto, lo que conviene es retirarlo y, quizás aún, lo podremos aprovechar para un último fuego que nos dé calor.

Igualmente importante es ver lo que mantenemos vivo cuando no produce flor ni fruto. ¡Cuántas cosas bordes se comen gran parte de nuestra energía, de la savia vital! ¡Cuántas palabras estériles que sólo buscan est

orbar! ¡Cuántos gestos fruto del despecho, del desengaño, que no nos conducen a ningún lugar ni construyen nada! A cuántas cosas nos aferramos a pesar de que no nos hacen crecer a nosotros ni a los que nos rodean. Tantas ilusiones vacías que nos llevan a huir de la realidad y no nos ayudan a hacernos cargo. Tantas expectativas sin fundamento que estropean el sentido de lo que hacemos. Hay que ser decididos para cortar las ramas y ramillas bordes de nuestras vidas.

Pero, sobre todo, conviene hacer esto para que veamos mucho más claro dónde están las yemas, dónde despuntan los brotes de novedad que constituyen nuestro presente. Qué apuntes de bondad, de esperanza, de alegría, de generosidad descubrimos para hacerles el camino más llano, para dedicarles savia de tiempo, de espacio, de energía y que, así, crezcan hasta estallar en flor.

Sí, ya sé que no es nada nuevo. Pasa cada año; como la primavera, como los rosales acabados de podar… Pero también cada año renueva su sentido y expresa el misterio de la vida que, una y otra vez, pasa para invitarnos a descubrirlo.

Sí. Pasa cada año, como la Cuaresma, que es una invitación silenciosa a que estalle la Pascua.

Por Natàlia Plá Vidal
Voz: Eduardo Romero
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza