[audio:https://hoja.claraesperanza.net/audio/octavo_mandamiento.mp3|titles=El octavo mandamiento: ser veraces]Audio: El octavo mandamiento: ser veraces

Dios comunicó el Decálogo a Moisés al empezar a constituir el pueblo de Israel como tal pueblo, como nación. Dios no quiere que la gente viva aislada sino constituyendo un pueblo, una ciudad. Jerusalén, la capital del antiguo pueblo de Israel, será símbolo de la Iglesia que es, podríamos decir, como «la capital» del Reino de Dios en la tierra. Dios desea que vivamos en comunidad (eso quiere decir «Iglesia»).

Los diez mandamientos son como diez columnas sobre las cuales se puede y se debe constituir una convivencia. Un pueblo en el que se robe, se mate, en que reine la injusticia, la envidia, en que no se honre debidamente a los ancianos, etc., es imposible convivir en él. Los diez mandatos son necesarios para que haya una convivencia duradera y en paz.

El octavo. Este mandato dice «No dar falsos testimonios ni mentir». ¡Importantísimo para poder convivir! Quizá no nos damos cuenta de que en muchos países hay una larga tradición de decir la verdad en las familias, entre amigos, en el trabajo, en la vida pública, etc. En muchos lugares está muy mal visto el ser mentiroso. Todo esto ha sido debido, en gran parte, a la influencia del cristianismo que siempre ha proclamado la verdad y ha impulsado a que seamos veraces, verdaderos.

Pongamos unas muestras de cómo utilizamos la verdad en la vida cotidiana. Por ejemplo, ¿cómo podría haber intercambios comerciales si no pudiésemos fiarnos de quien nos vende algo? ¿Y cómo hacer un contrato de trabajo si no nos pudiésemos fiar, al menos en un grado suficiente, el obrero del patrono o éste de aquél? ¿Y cómo podría haber amor si hubiera desconfianza entre quienes empiezan a amarse? Lo mismo la amistad e igualmente, la confianza en el profesor es necesaria para que un alumno aprenda lo que aquél le enseña.

No mentir. Mentir es no responder adecuadamente, con intención de engañar, al que pregunta, si éste tiene legítimo derecho a preguntarme y a preguntar esto que pregunta. Hay ocasiones en que las personas tienen derecho a saber algo de mí o de aquello que yo sé. Por ejemplo en el trabajo, los encargados del mismo pueden preguntarme sobre el estado de aquello que me encargaron hacer; o un profesor puede examinar a sus alumnos acerca de las materias que él enseña; en fin, los padres pueden preguntar muchas cosas a sus hijos pequeños, precisamente por el bien de éstos. También los padres han de responder con prudencia a muchas preguntas de sus hijos. Y así tantas otras cosas. Pero no siempre es así. Hay ocasiones en que la gente pregunta lo que no le compete saber y en ese caso no hay obligación de contestar; por ejemplo, si un matrimonio ha tenido una discusión y más tarde, la vecina, cuando encuentra por la escalera a un hijito de ellos, le pregunta por simple curiosidad: «Nene: ¿tus papás se han reñido y se han pegado?», el niño puede responderle tranquilamente: «No, es que yo quise alcanzar una jarra que estaba situada muy alta y sin querer tiré al suelo una pila de platos». La indebida curiosidad es un pecado contra el octavo mandamiento. El Catecismo de la Iglesia Católica (num. 2469) dice: «La virtud de la veracidad da justamente al prójimo lo que le es debido; observa un justo medio entre lo que debe ser expresado y el secreto que debe ser guardado: implica la honradez y la discreción».

No dar falsos testimonios. También es mentir cuando otros tienen derecho a que yo dé verdadero testimonio de ellos y no lo doy o lo diera torcidamente. ¡Qué importante es exponer la verdad sobre alguien cuanto este está ausente y se habla mal de él o cuando se duda de su propia palabra porque está, por ejemplo, acusado! En esas ocasiones el testimonio de los demás es insustituible para restablecer la verdad, la justicia y la honra. Hurtar o falsear eses testimonio que uno puede dar, sea por egoísmo o cobardía, soberbia o por odio es grave acción. Ante Pilato, Cristo proclama que había «venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,23).

Si se extendiera el vicio y el pecado de la mentira, además de malearse la convivencia general, se socavaría también un pilar de apoyo de la vida cristiana pues ésta se basa, precisamente, en dar testimonio de Jesucristo, de anunciarlo con verdad.

Por Juan Miguel González Feria
Voz: Santos Batzín