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CONTEMPLANDO LA REALIDAD
CON UNA CLARAESPERANZA

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  • La Caridad engendra paraíso

    Quién no ha pasado alguna tarde, o alguna noche de insomnio especulando sobre Qué habría acontecido si yo no hubiera…, qué hubiera pasado si yo hubiera…, y así infinitas contingencias imaginarias, que difícilmente se darán alguna vez, pues su posibilidad de ser ya pasó. Ante las decisiones fuertes -y no tan fuertes- en la vida, es fácil que nos planteemos las infinitas alternativas que podrían surgir decidamos una u otra cosa. Y es en estos momentos en que se nos hace más patente que nuestras opciones y decisiones marcan el curso de nuestra vida, y de los que nos rodean. Pero no es frecuente que esto que vemos tan claro, a la hora de tomar nuestras decisiones, lo veamos con igual claridad a la hora de pensar en términos más amplios, como la humanidad. ¿Qué hubiera pasado si Adán y Eva no hubieran pecado, si no hubieran faltado al amor, si no hubieran tenido tanta soberbia? ¿Vivirían los seres humanos de ahora en una situación de paraíso? ¿Algún otro ser humano en la cadena de generaciones hubiera dejado de amar y perdido el paraíso?… No lo sé, pero una cosa sí se segura, que si Adán y Eva no hubieran pecado, yo no existiría. Si Adán, Eva y sus descendientes hubieran seguido en situación de paraíso, se habrían producido a lo largo de los tiempos otros encuentros, otros enlaces… nosotros -los que hoy existimos-, no existiríamos. Y resulta que esos otros seres hipotéticos que no llegaron a nacer nunca -pues sus antepasados frustraron los planes de Dios de amarse-, son los que Dios hubiera deseado que realmente existieran: hombres y mujeres nacidos en un mundo lleno de amor, de caridad mutua, de paz y alegría, etc. Los seres humanos, que hoy existimos, somos fruto del pecado. Y no sólo del pecado de nuestros primeros padres, sino de la continua cadena de pecado que seguimos cometiendo los hombres, desde ese primer pecado, que nos llevó a perder el paraíso. Los seres humanos con nuestro pecado, con nuestra soberbia, frustramos continuamente los planes de Dios, y continuamente trastocamos la Historia. Pues Dios deseaba -y sigue deseando- que en la tierra nazcan y se desarrollen seres humanos en un entorno de paz y alegría, que las personas vivan en un humus de amor y mutua caridad. Generalmente, cuando nos referimos a los «planes de Dios», pensamos en hechos, en iniciativas, en proyectos o grandes empresas, acciones, etc. Nos fijamos tanto en el qué emprendemos que casi no tenemos en cuenta el cómo emprendemos. Sin embargo, en los “planes de Dios” el cómo es fundamental, y por ser fundamento es primero que el qué. Nuestras acciones -ya sean vender flores o montar obras asistenciales- serán más acordes al plan de Dios, en tanto en cuanto, tengan su origen en el amor, y se desarrollen en caridad. Si esto es así, fácilmente producirán frutos de caridad a su alrededor y entre las personas, y como mancha de aceite, se irá esparciendo y generando un humus de caridad cada vez más fecundo entre las personas. De este grupo humano que vive en caridad, no cabe duda que nacerán mejores generaciones, que si viviera en medio de odios, rencores y guerras. Dios deseaba que la humanidad se amara, y deseaba unas generaciones fruto de ese amor. No es el caso de quedarnos atrapados ni en un pasado que ya fue, ni en quiméricos futuros que no serán. Pero no cabe duda que la mejor manera de preparar el futuro para las generaciones que vengan -sean quienes sean-, es que los presentes nos amemos con el cómo que Cristo nos mostró. Esta será sin duda, la tierra más fértil para una humanidad más acorde con los planes de Dios. Texto: Maria Aguilera Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría

  • Una manera de consolar

    Los seres humanos estamos hechos de tal material que solos no podemos sobrevivir. Ya está muy dicho, pero necesitamos varios meses para ponernos de pie, otros tantos para hablar. Y años, a veces muchos, para ser capaces de tener un mínimo de autonomía que nos permita tener recursos propios y después ser generadores de nuevas vidas. Es todo un proceso de aprendizaje que no culmina. Esta interrelación también es afectiva. Para las emociones no hay ni la total dependencia ni la total independencia, sino una mutua interdependencia. Como los hilos de una red, las personas nos vamos entrelazando y creamos nudos que dan sostén a nuestras relaciones. De estas relaciones nace un tipo de empatía que es el «consuelo». Que, como la misma palabra dice, es «compartir el suelo». Todas las personas tenemos un suelo, una base que nos sostiene, que es la nuestra y es intransferible. Ponerse en empatía con el otro nos acerca a él, pero nunca es una proximidad tal que nos fusione o nos anule. Lo que es más posible y real es acercarme a mi propia condición de fragilidad –a mi suelo– y, desde ahí, reconocer que el otro vive la suya –su suelo–. Este ejercicio permite percibir que, por el hecho de existir, compartimos un suelo común. Acudo ahora a un poema, sin título, de Daniel Faria, portugués muerto muy joven, pero que nos ha legado un gran tesoro. El poema que cito es de su libro Hombres que son como lugares mal situados, del año 1998, de Ediciones Sígueme. No levantemos a los hombres que se sientan a la salida Porque se mueven en sus caminos interiores Equilibran con dificultad una idea Algo muy nítido, semejante A una hoja vacía Y ponen nidos en los árboles para liberarse De la jaula terrible, invisible muchas veces De tan dura No nos aproximemos a los hombres que ponen las manos en los barrotes Que reclinan la cabeza sobre los hierros Sin otras manos donde agarrar las manos Sin otra cabeza donde reclinar el corazón No los toquemos sino con los materiales secretos Del amor. No les pidamos que nos dejen entrar Porque su fuerza es hacia fuera y su espera Es la fe inquebrantable en el misterio que inclina A los hombres hacia dentro No los levantemos Ni nos sentemos al lado de ellos. Sentémonos En el lado opuesto, donde ellos pueden venir a levantarnos En cualquier instante. A lo largo de nuestras vidas caminamos y nos encontramos con personas «sentadas a la salida», hombres y mujeres que están fuera de sí, soportando el peso de ideologías. Mujeres y hombres que cultivan la libertad, aún siendo presas de las circunstancias que las condicionan. Seres que nos despiertan el amor. Y estando con el amor despierto, muchas veces sentimos que hemos de entrar en sus vidas para hacer algo por ellas, sacarlas de su situación de «intemperie»… Detengámonos aquí. ¿Qué es lo que nos motiva o nos da derecho a entrar en sus vidas? ¿Es la intemperie en la que viven ellas o, acaso, la intemperie que se despierta en nosotros y que nos hace darnos cuenta de lo vulnerables que somos? Dentro de cada persona hay caminos interiores, jaulas tan duras y tan invisibles que no podemos etiquetarlas desde una posición egocéntrica, pretendiendo que nosotros poseemos su verdad. «Su fuerza es hacia fuera», continúa Daniel en el poema, «y su espera es la fe inquebrantable en el misterio que inclina a los hombres hacia dentro…». Esa fuerza hacia fuera es la que ocasiona que nosotros nos inclinemos hacia dentro, hacia nuestro adentro. Esa persona que está expresando su condición de vulnerabilidad pone al descubierto la mía. La imagen final del poema es la clave: no se trata de sentarnos al lado de ellas, sino de sentarnos, bajarnos, en nuestra propia condición. Palpar nuestro propio suelo. De esta manera, pasaremos de ser los que levantan para ser los levantados. Si hay algo en su situación que ha despertado mi ser contingente, es porque lo soy y también necesito ser mirado y levantado. En ocasiones podemos caer en la tentación asistencialista de querer «ayudar» a personas subvencionando o supliendo sus aparentes carencias. Y generamos una actitud de estar en lo alto y levantar al que está abajo. En esta dinámica se corre el riesgo de hacer más mal que bien. Recuerdo un cuento que explica que una niña, al ver una rosa a punto de romperse por el peso del agua de la lluvia, la sacudió. Esto provocó que la rosa perdiera todos sus pétalos. Después se dio cuenta de que otras rosas sobrevivían porque al salir el sol el agua se iba evaporando o se iba resbalando poco a poco, dejando a las rosas intactas. Una manera no invasiva de consolar o acompañar a una persona en un momento de aparente vulnerabilidad es bajar a mi propio suelo, contemplarla y dejarme contemplar. Ponerme a suficiente distancia para que ella sepa que estoy ahí, compartiendo la existencia. Y paciente y constantemente esperar a que, si ella quiere y cuando quiera, se levante y se acerque a mí. Este significativo paso le hace cambiar de plano vital. Juntos, si ha de ser así, podemos levantarnos y andar. Texto: Javier Bustamante Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

  • Por los enfermos terminales

      ¿Cómo podemos acompañar a los enfermos terminales? En una nueva intención de oración de El Video del Papa, Francisco nos recuerda que los enfermos terminales tienen derecho al acompañamiento médico, psicológico, espiritual y humano. También nos explica que “no siempre se consigue la curación”, “pero siempre podemos cuidar al enfermo”. Y remarca que “las familias no pueden quedarse solas”. Oremos con Francisco “para que los enfermos terminales y sus familias reciban siempre los cuidados y el acompañamiento necesarios, tanto desde el punto de vista médico como humano”. Hay dos palabras que, cuando algunos hablan de enfermedades terminales, las confunden: incurable e in-cuidable. Y no son lo mismo. Incluso cuando existan muy pocas posibilidades de curación, todos los enfermos tienen derecho al acompañamiento médico, al acompañamiento psicológico, al acompañamiento espiritual, al acompañamiento humano. A veces no pueden hablar, a veces pensamos que no nos conocen, pero si les tomamos la mano entendemos que están en sintonía. No siempre se consigue la curación. Pero siempre podemos cuidar al enfermo, acariciar al enfermo. San Juan Pablo II decía que “curar si es posible, cuidar siempre”. Y aquí es donde entran los cuidados paliativos, que garantizan al paciente no solo la atención médica, sino también un acompañamiento humano y cercano. Las familias no pueden quedarse solas en esos momentos difíciles. Su papel es decisivo. Tienen que tener los medios adecuados para desarrollar el apoyo físico, el apoyo espiritual, el apoyo social. Oremos para que los enfermos terminales y sus familias reciban siempre los cuidados y el acompañamiento necesarios, tanto desde el punto de vista médico como humano.    

  • Me das fuerza – Em dónes força

     Canción con subtítulos en castellano de la Maratón de TV3, «Em dónes força» interpretada por Sergio Dalma y la Escolania de Montserrat. Adaptación al catalàn de la canción original «You Raise me up». Em dones força – Me das fuerza Cuando estoy triste y los ánimos tengo por el suelo. Cuando no he previsto que el corazón me trate así. Yo quiero sentir la fuerza que tú me das y que estemos juntos hasta que llegue la noche. Me das fuerza para superar los obstáculos. Me das fuerza para cruzar el océano. Soy tan fuerte cuando dentro de mí te siento. Me das fuerza, por siempre te quiero conmigo. Me das fuerza para superar los obstáculos. Me das fuerza para cruzar el océano. Quiero sentir la fuerza que tú me das y que estemos juntos toda la eternidad. Me das fuerza para superar los obstáculos. Me das fuerza para cruzar el océano. Soy tan fuerte cuando dentro de mí te siento. Me das fuerza, por siempre te quiero conmigo. Me das fuerza para superar los obstáculos. Me das fuerza para cruzar el océano. Soy tan fuerte cuando dentro de mí te siento. Me das fuerza, por siempre te quiero conmigo. Me das fuerza, por siempre te quiero conmigo.  

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